Suma total... un pastón.
Ahora que se acerca la fecha de los regalos es cuando me doy cuenta de que no tengo dinero ni para chicles. Últimamente no hago más que dar vueltas por las tiendas en busca del regalo (barato) perfecto.
Además, ir de compras para Navidad no es nada fácil: ¿Acertaré con el regalo? ¿le quedará bien esta talla a mi hermana? ¿tenía mi padre una camisa rosa o le puedo comprar esta? ¿señorita, hacen devoluciones?... empiezo a comprender por qué mis abuelos siempre me regalan dinero.
Por otra parte, las calles están iluminadas con las luces de Navidad y en los escaparates viven temporalmente Papa Noel, Rudolph o un gigantesco árbol con lucecitas, y está todo tan bonito que yo por mí compraba el escaparate entero para ponerlo en mi salón la mañana de Reyes.
En fin, que la pinta que debo tener de tienda en tienda mirando las cosas más bonitas y comprando al final unos tristes pendientes de 4,90€ para mi hermana debe ser penosa, pero al menos me queda el consuelo de que estamos todos igual. ¡Maldita economía adolescente!